sábado, 14 de mayo de 2022

AMAR NO ES COSA DE UN DÍA

El amor, el verdadero amor, es permanente y, por tanto eterno. Eterno en el tiempo que permanezcamos en este mundo, y, eterno, en el sentido peyorativo de la palabra, cuando estemos en la presencia de nuestro Padre Dios. El amor dura y es para toda la vida y, en consecuencia, el matrimonio es indisoluble. Otra cosa es que antepongas tu egoísmo, tu satisfacción o tu interés y que, eso que llamabas amor, ahora es un problema y un estorbo imposible de sostener y permanecer en él. Es un problema, porque se interpone entre tu propia pasión, placer, satisfacción o interés.

Pero, no es que el amor no sea para siempre, sino lo que nosotros llamamos amor no es verdadero amor sino que está condicionado por nuestros apegos y apetencias desde nuestro propio egoísmo. Dios, nuestro Padre, nos ama desde la eternidad y para la eternidad. Y nos ama por encima de nuestros pecados y miserias. Su Amor es infinitamente misericordioso y está siempre abierto al perdón. Nos quiere y nos acepta tal como somos y, con su amor, nos propone ir mejorando y perfeccionándonos. Esa es la propuesta: anteponer el amor – ágape – a nuestros egoísmos, pasiones e intereses. Y, permaneciendo en el Señor no es una utopía, sino una realidad. Para eso recibimos el Espíritu Santo a la hora de nuestro bautismo. En y con Él podemos permanecer fieles al compromiso de nuestro amor. Tal y como lo hace nuestro Padre Dios con nosotros. Porque, el amor, más allá de ser satisfactorio, es un compromiso. Así nos ama nuestro Padre Dios, por encima de todas nuestras decepciones y pecados.

Posiblemente, decepcionamos al Señor muchas veces. No damos la talla ni cumplimos su Voluntad tal y como a Él le gustaría. Nos reconocemos pecadores, pero, a pesar de todo eso, Dios, nuestro Padre, nos quiere y nos perdona. Y nos prepara, como veíamos ayer, una morada en el Cielo. Así, injertados y en su presencia, debemos y tenemos que permanecer en su Amor. Ese es el reto.