Me viene al
pensamiento la pérdida de la inocencia que tuve cuando niño. Recuerdo cuando
creía en los reyes magos y una conversación con un amigo de la infancia sobre
la existencia de los reyes magos. ¡Que hermosura la de aquellos años! ¡Claro,
lo que dice Jesús de que tenemos que ser como niños! Solo desde esa inocencia
confiada, buscada y escuchada podemos tener una fe clara y segura.
Indudablemente, para entrar en el Reino del os cielos tenemos que ser como
niños.
Y es esa fe la que
nos permitirá que todo el bien que deseemos, dándolo gratis y sin condiciones,
con verdadero amor se haga posible y realidad. Hace unos días, creo que en las
JMJ, una niña ciega abrió sus ojos al mundo para ver la luz. Muchos se
sorprenden pero es lo normal. Cada día hay muchos milagros. Mejor, diría que
cada día es un milagro. Y a lo largo de la historia han y sigue habiendo muchos
milagros porque hay mucha gente con fe. La historia nos lo testimonia.
Se supone que
nuestra fe con el paso de los años se va debilitando. Tendremos que volver a
ser como niños en ese sentido, en el de confiarnos a nuestro Padre Dios y, a
pesar de que nuestra razón se interpone y nos exige comprender y razonar,
fiarnos de su Palabra y creer. Inmediatamente nos damos cuenta de que la fe es
un don de Dios. No podemos adquirirla, ni comprarla, ni fabricarla. Simplemente,
pedirla.
Y eso hacemos en
esta humilde reflexión del Evangelio de hoy: Te pedimos, Señor, que nos aumente
nuestra fe para que, fortalecidos en ella, podamos pedir y trabajar para que el
mundo en el que nos ha tocado vivir sea mejor. Amén.