Suele suceder que
todo lo que nos cuestiona nuestro estado acomodado nos molesta. Reaccionamos
cerrando nuestros oídos y desviando nuestra mirada. ¡Indiferencia! Esa es la
palabra, indiferencia a todas las cosas que cuestionan nuestra cómoda vida y la
invitan al cambio, a la solidaridad, a la misericordia y compasión de todos
aquellos que lo pasan mal.
La frase: «A
estas horas ya no voy a cambiar» resume muy bien
nuestra situación y nuestra actitud ante lo que el Evangelio nos propone hoy: (Lc 7,31-35): En
aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta
generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están
sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la
flauta, y… Convine leerlo despacio, adentrarnos en el significado de sus
palabras y aplicarlo a mi vida actual, la de hoy, la de este momento.
Bailo cuando me
interesa. Aplicado a este momento lo podemos observar con claridad meridiana en
nuestro sistema político. Cada cual baila según le interesa y en la sintonía
que satisface sus necesidades y placeres. Y lo demás poco o nada me interesa.
Miro para otro lado y me evado de los problemas de los que sufren, de los que
no tienen para comer, de los que sus sueldos son míseros pero sus trabajos
duros y excesivos. Son explotados.
Y mientras la
barca – el país – se hunde a mi solo me interesa lo mío. Los demás de alguna
manera solo existen cuando me conviene. Llegada la hora de las elecciones mi baile
será de otra manera. Luego, más de los mismo, acomodo todo a mis esquemas y a
mi situación cómoda y tranquila. La pregunta salta por sí sola: ¿Si no somos
capaces de bailar o llorar en sintonía con los que sufren o lloran y nuestros
corazones no experimentan compasión y misericordia, estaremos verdaderamente
vivos?