María, está desde
el principio y también en la hora final. Ella es la Madre que, por Voluntad de
Dios, lo concibió por obra del Espíritu Santo en su seno y fue su primera
discípula guardando todo lo que vivió a su lado en su corazón. María no se
esconde, permanece al lado de Jesús. Está siempre en los momentos decisivos: Profecía
de Simeón; huida a Egipto; el Niño perdido en el templo; encuentro en el camino
del Calvario y al pie de la Cruz.
Y al comienzo de
la Iglesia – Pentecostés – junto a los apóstoles, María es la Madre que los reúne,
los acoge, los cobija y los sostiene en la esperanza y la fe. María es la
puerta por donde Jesús, el Hijo de Dios, se encarna en Naturaleza humana y se
hace presente en este mundo. María, j unto a José son los elegidos por el Padre
para que su Hijo, el predilecto, el amado, lleve acabo la misión de anunciar su
Amor incondicional y misericordioso. Y, por los méritos de su Pasión rescate
para nosotros la dignidad, perdida por el pecado, de hijos de Dios.
En la cruz, dice
el Papa Francisco, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera,
y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los
apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos
muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una
tarea que no se acaba nunca. (26-11-2017).
Por todo eso, y mucho más, María es Madre Dios, Madre de la Iglesia que fundó su Hijo, y Madre nuestra que nos acoge, nos recibe y nos lleva con su amor al encuentro con su Hijo. Amén.