Fariseos y
herodianos tratan de que Jesús caiga en la trampa y quede en entredicho frente
al Imperio romano. No le preguntan buscando la verdad que mueva sus vidas a un
cambio de actitud sino todo lo contrario, buscando la manera de enfrentarlo a
los romanos. Precisamente, el móvil que ponen como condena a Jesús es el de
coronarse como Rey de los judíos y, por tanto, traición a Roma.
Conocemos como
Jesús se evade de dar una respuesta comprometida y le pone en la tesitura de
que sean ellos lo que decidan: Traedme un denario, que lo vea». Se lo trajeron
y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Ellos le dijeron:
«Del César». Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de
Dios, a Dios». Y se maravillaban de Él.
El problema de
ahora, que es lo que realmente nos interesa, pasa porque hoy seguimos muchos de
nosotros haciendo lo mismo. Hacemos pregunta como para justificarnos y evitar
cambiar nuestra forma de vida y afanes de nuestro corazón. Queremos seguir con
los romanos de nuestro tiempo y le damos la espalda a Jesús. Preferimos dar al
Cesar de nuestra época lo que nos pida antes que poner en el centro de nuestro
corazón nuestra adoración y obediencia a nuestro Padre Dios.
Nos conformamos con ciertas normas, celebraciones y cumplimientos de piedad y no queremos saber más. Nos basta con eso y nuestra hipocresía para sortear la Palabra de Dios y aplicarla según nuestras apreciaciones y convicciones. Nuestra posible conversión queda estancada y nos avanzamos. Quizá tengamos que plantearnos nuestra fe y exigirnos poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestro corazón. Porque, si no está en el centro y es lo primero, seguro que en su lugar pondremos al Cesar correspondiente a nuestro momento.