No hemos sido creados para, después de un tiempo, morir. Dios nos ha creado para vivir, pero, al darnos libertad, ha querido que pasemos primero por el filtro del amor y que libremente, optemos por dejarnos amar correspondiendo mutuamente a es amor en el amor a los hermanos. Es decir, amar como nuestro Padre Dios nos ama. Esa es la prueba y la manifestación de nuestro amor. Y es así como nos ganamos esa eternidad plena de gozo y felicidad.
Pero, eso nos pide fe, y la fe no es algo que se puede comprar o adquirir de alguna forma. La fe es un don de Dios gratuito que Dios lo regala a quien la busca, la pide y la recibe. Es un don que te exigirá humildad para que como un niño te fíes de tu Padre Dios, y sin entenderla, porque - ese misterio - no cabe en tu cabeza, te fíes de su Palabra y del Poder y Amor de tu Padre Dios.
Eso es lo que cuenta el Evangelio de hoy: Juan 11, 19-27. En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas».