(Mt 6,1-6.16-18) |
Sabemos que una cosa no se paga dos veces, ni tampoco se premia. Es, por lo tanto, evidente que el éxito cosechado en este mundo no tiene correspondencia en el otro. O dicho de otra forma más conocida: "Quién gana su vida en este mundo, la perderá para el otro". Es coherente entender que lo bueno que se hace en este mundo, se debe hacer lo más discreto posible. Al menos, no con la intención de que sea visto y que nos sirva para lucirnos, ser halagado o aplaudido.
Hoy, en el Evangelio, la Palabra de Jesús, el Hijo de Dios, nos lo aclara y descubre: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
Más claro agua. Experimentamos que dentro de nosotros sentimos lo contrario. Un deseo de dar a conocer las cosas buenas que hacemos para ser halagados y aplaudidos. Es una tentación constantes. Nos gusta que se hablen de nosotros respecto a las cosas buenas que hacemos; nos gustan que nos aplaudan y que nos tengan por personas buenas. Pero, quizás a la hora de arrimar el hombre y darnos en servicio damos un paso atrás y nos evaporamos. Nos gustan los aplausos, pero no tanto el trabajo que los produce.
Se trata de, no esconder lo bueno que haces, sino de no hacerlo con la intención de ser visto. Jesús nos lo dice así: Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Se trata de hacer las cosas por Cristo y en Cristo. Él es el artífice y verdadero protagonista de todo. Como diría Juan Bautista, no somos dignos de desatarle el cordón de su sandalia. Porque, si actuamos para ser visto, ya tenemos el premio de los aplausos y las consideraciones y halagos de los de este mundo. No es justo, ni merecemos ser premiados otra vez. Además, ya hemos recibido el premio, así que no nos corresponder esperar otro.
Hagamos nuestras obras en la presencia del Señor. Él es nuestro verdadero público, y sólo por Él debemos actuar, sin importarnos nada ni nadie más. Simplemente nos basta que nuestro Señor nos vea y le agrade nuestro actuar, porque nos esforzamos en hacer su Voluntad.