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Lucas 24, 35-48 |
Sí, porque estamos sujet@s a ella, vive con nosotros y nos interpela en todas nuestras acciones. Provoca la desconfianza y el miedo, y nos inmoviliza y desvía por otros caminos donde impera la oscuridad y la noche. Nos aleja de la verdad y cuestiona todo lo que nos rodea.
No escapan tampoco los apóstoles; les cuesta creer a los de Emaús, e incluso, presentándoseles Jesús, no se fían, se llenan de desconfianza y dudan de que sea Él. Una vez más, Jesús, tiene que persuadirlo con pruebas que les convenza. No basta dejarse tocar, palpar que tiene huesos y carne, y que no es ningún espíritu. Llega hasta pedirle comida para que le vean comer como cualquier persona.
Les recuerda todo lo que estaba escrito, y cómo todo tenía que cumplirse tal y como estaba en las Escrituras. Y fue entonces cuando abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y
resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su
nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones,
empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».
Y eso, todavía con dudas, limitaciones, fragilidad y debilidad tratamos de hacer. No sin esforzarnos en poner por delante nuestra vida, y en experimentar que estamos muy lejos de ser dignos de merecer proclamarla. Necesitamos su presencia, su Palabra, su Gracia para, fortalecidos e iluminados, abrir nuestro entendimiento y añadir nuestra vida a nuestra palabra.
Y eso le pedimos, llenos de esperanza, tratando de confiar, de dejarnos llevar por su Espíritu y de ser fieles a su Palabra. Danos, Señor, la sabiduría, fortaleza y paz de poder, con firmeza y fortaleza, proclamar tu Palabra al ritmo de nuestra propia vida. Amén.