viernes, 1 de abril de 2022

¿SE PUEDE, ACASO, HABLAR MÁS CLARO?


Los niños son fáciles de adoctrinar, pues están abiertos a la verdad y reciben con agrado y docilidad lo que se les dice. Sin embargo, en la medida que ese corazón humano adquiere madurez, se endurece, se cierra y le cuesta aceptar aquello que le inoportuna, le compromete y le incomoda. Aunque sea verdad. Es evidente, aunque nos cueste aceptarlo, que nos resistimos a reconocer la verdad.

Las cosas cuando no se corresponden con lo que hemos pensado ni con nuestros deseos egoístas, las rechazamos. Esa es la causa por la que hay muchas mentiras, demagogias, falsedades, apariencias democráticas, engaños, luchas, guerras y hasta muertes. Todos, de alguna manera, quieren imponer sus ideologías. Y es que, lo que no está en la línea de la verdad es ideología o personalismo, que se corresponde con nuestro egoísmo e intereses.

Jesús habla en la Verdad. Es el Hijo de Dios y no puede nunca estar aliado con la mentira, pues, Dios es Verdad y Amor. Y nosotros, por eso tenemos ventaja – hoy lo sabemos porque los testigos directos – apóstoles – y la Iglesia, continuadora de su misión, así nos lo transmiten. Y no nos faltan razones para creerlo. Y quienes no lo creen, tampoco pueden demostrar lo contrario. Simplemente, no lo cree. Es, por consiguiente, cuestión de fe. Ya lo ha dicho Jesús, «quien cree en mi tendrá vida eterna». Jesús sabe que no es fácil, la fe exige riesgo y, simplemente, fiarse y creer. María, su Madre, es ejemplo, pues, ella así lo hizo, de forma simple, sencilla, humilde y confiada. María, la joven María era así, y fue llena de Gracia.

No se puede hablar más claro ante la osadía de aquellos que esperaban un Mesías desconocido, diferente, fuerte, poderoso y espectacular. Nunca pudieron imaginarse un Mesía pobre, sencillo, de origen humilde y uno más entre ellos. Y ante estas habladurías, Jesús grita: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Y, efectivamente, Jesús es presentado en el Jordán en el momento de su bautizo. Viene enviado por su Padre: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido» (Mt).  Y con una misión, anunciar la Buena Noticia, lo presenta el Padre en el Monte Tabor: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".

Pero ¿cuál es el problema? Nuestra tozudez en reconocerlo, pues, de hacerlo nuestra vida toma una dirección contraria al mundo. Y, al parecer, eso no nos gusta. Estamos agarrados a nuestras ideologías y apetencias, y a nuestra manera de entender egoístamente la vida, sin problemas. Y, claro, tratamos de apartar a Jesús, e incluso matarlo y quitarlo del medio de nuestra vida.