lunes, 6 de octubre de 2014

EL AMOR SE CONCRETA EL EL PRÓJIMO


(Lc 10,25-37)

No se trata de dar cumplimiento a la ley con la palabra sino con la vida. Amar a Dios no es cosa muy difícil. Es posible, y de hecho mucha gente lo hace a través de los actos de piedad y de cumplimientos de la Ley. Cumplir con el precepto dominical, hacer ayunos, dar limosna y expresarle a Dios nuestro amor a través de oraciones y ritos es una tarea posible.

Pero eso es sólo el cincuenta por ciento del amor que le debemos a Dios. El otro cincuenta por ciento consiste en amar al prójimo. Y amarlo de tal manera que si no lo hacemos, la primera parte no se cumple y queda falseada o mentida. Amar supone demostrarlo con hechos. Hechos que sólo se descubren cuando el amor duele. Y el amor duele cuando se hace con los enemigos.

Porque hacerlo con amigos de alguna manera estamos en deudas con ellos. Sólo con aquellos que tenemos pendiente rencores, ofensas y nos sentimos alejados, tenemos la posibilidad de expresar que amamos de verdad. Y eso es harina de otro costal. Eso sí que es imposible lograrlo por nosotros mismos. Para ello necesitamos la Gracia y la asistencia del Espíritu Santo. Sin Él nada podemos. Y ahí, sin lugar a duda, manifestamos al Señor que nos esforzamos de verdad en amarle.

La parábola del samaritano nos lo aclara todo y despeja cualquier duda. Porque eso es lo que hace a cada instante el Señor con cada uno de nosotros. Amarnos a pesar de nuestras diarias y constantes ofensas y rechazos. Así, de esa misma manera, el Señor quiere que nos amemos también nosotros.