El domingo es día
de precepto. Esta recogido en los cincos preceptos de la Iglesia. Pero, más
importante que el precepto está el descubrir la necesidad que tengo de
relacionarme con el Señor, mi Dios y Creador. De modo que antes que el precepto
está mi relación con mi Padre Dios.
Posiblemente, el precepto está puesto para que me esfuerce en celebrar la muerte y Resurrección del Señor cada domingo. Es decir, la Santa Misa, y también alimente mi alma con la Eucaristía. Es una manera de decirnos que necesitamos relacionarnos e intimar con Jesús, y fortalecernos con el alimento de su Cuerpo para la lucha diaria de cada día con las tentaciones - mundo, deomino y alma - que nos amenzan.
Sin embargo, lo
primero es Jesús, el Hijo de Dios, que nos da su Cuerpo y Sangre como alimento
de nuestra alma y nos señala el Amor y la Misericordia de nuestro Padre Dios.
De aquellos diez leprosos, sólo uno comprendió esto. Y fue precisamente un samaritano,
enemistado con los judíos – pueblo de Dios – quien se volvió para, antes que el
precepto de ser purificado oficialmente cumpliendo la norma que aparentemente
le relaciona con Dios, dar gracias a Jesús por ser limpio de lepra.
Porque, quien
salva no es el precepto ni el cumplimiento, sino la Infinita Misericordia de
nuestro Padre Dios. Está el precepto detrás de la relación, porque su
fundamente precisamente es fortalecer la relación con Dios. No se cumple el
precepto para dejar constancia de relación con el Señor, sino que la relación
con Dios, un simple agradecimiento de su Amor Misericordioso, basta para haber
cumplido su Voluntad.
Y, precisamente, ese leproso samaritano encarna ese significado de agradecimiento y ese testimonio de fe.