jueves, 2 de enero de 2020

SEÑOR, MUESTRAME TU CAMINO

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Jn 1,19-28
En la vida hay muchos caminos, pero sólo uno será el correcto. La vida se acaba y esa es la realidad que podemos comprobar cada día. Hace un momento he conocido la muerte inesperada de un amigo que al menos, no conocía que estuviese enfermo y al que veía con relativamente de vez en cuando y que aparentaba estar bien. La muerte de este mundo llega sin avisar y, entonces, todo lo que hayamos vivido y acumulado aquí pierde todo su valor. Sólo quedará y será valioso el amor que hayas dado a los demás en el nombre y por el nombre del Señor.

Y, ¿por qué digo esto? Porque, todo lo que hagas en tu propio nombre buscará tu propia vanidad y tu propia estima. Sólo en el Nombre de Dios y por Él renuncias a ti mismo y te escondes en el Señor Jesús, que ha pagado con su Vida tu rescate para devolverte la dignidad de hijo de Dios. Lo dice Pablo en su carta a los Gálatas - 4, 4-7 - y en realidad sucede así. 

Somos hijos de Dios por nuestro bautismo. Un bautismo no de agua, como nos dice Juan en el Evangelio de hoy: Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». 
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo...

Esto sucedía en Betania, para que haya señales y testigos de lo que estaba pasando. Se necesita agudizar el ingenio y aclarar la vista para darnos cuenta de lo que está sucediendo ahora también. El Señor Jesús ha Resucitado y está entre nosotros. Igual que Juan sabía quien era y para lo que estaba, tú y yo debemos también saber cual es nuestro papel en este mundo. Y no tenemos todo el tiempo que queramos. Igual que ese amigo al que aludía al principio de esta reflexión, tú y yo estamos también al filo de la navaja. Nuestra tiempo puede acabar en cualquier momento y hay que adivinar, ser zahorí para encontrar la verdadera agua que salta hasta la Vida Eterna y, sobre todo, quien nos la puede dar. 

Las señales están ahí y sólo con la Gracia del Espíritu de Dios las podemos ver. Necesitamos un encuentro personal con Ese que nos puede dar a beber esa agua que nos sacia plenamente y nos quita para siempre la sed. Esa agua que salta hasta la Vida Eterna.