No hemos recibido
el Espíritu Santo para seguir igual. Todo lo contrario, el Espíritu de Dios nos
invita a abrirnos a una vida nueva. Una vida que, poco a poco, va germinando,
como si de una semilla se tratara, para dar frutos de amor y misericordia.
Porque, para eso ha venido el Hijo de Dios, para transformar nuestros corazones
en corazones – valga la redundancia – de amor y misericordia.
Y ha llegado el
Reino de Dios. ¡Está entre nosotros!, por tanto no podemos ayunar mientras
vivimos injertados en el Señor. Él vive en nosotros y derrama su Gracia en
nuestros corazones de modo que no necesitamos ayunar porque estamos en y con Él.
Otra cosa que en muchos momentos de nuestra vida debamos prepararnos para
fortalecernos ante las seducciones y tentaciones. La oración se fortalece con
el ayuno y también nuestra voluntad se ve reconfortada y fortalecida con la
sobriedad y sacrificio.
Sin embargo, lo
verdaderamente importante es nuestra actitud para estar abiertos al Espíritu
Santo y a la novedad que cada día nos alumbra la Palabra de Dios. Una novedad
cuyo fundamento principal es el amor y la misericordia. Porque, de nada vale el
sacrificio y el ayuno si dejamos a un lado al pobre, al que sufre y al que nada
tiene.
Nuestro principal ayuno es abrirnos a las necesidades de aquellos que sufren y que carecen de lo imprescindible para vivir dignamente. Ese es el vino nuevo que hay que echar al odre nuevo.