No es la primera
vez que lo pienso y lo digo, lo grande nace de lo pequeño. Es algo tan simple y
claro que todos lo sabemos, aunque posiblemente no hayamos pensado ni caído en
ello. De cualquier forma, el sentido común nos lo deja bien claro: todo tiene
un principio y para llegar a ser grande hay primero que ser pequeño. Se trata
de nacer y crecer para, luego, llegar. Todo, por consiguiente, tiene su recorrido.
La vida camina sin
que nadie pueda pararla. Igual que la semilla sembrada crece y da fruto sin que
nadie se dé cuenta. Todo está en manos de Dios. El hombre es simple criatura
que, siendo libre, administra este mundo donde Dios lo ha plantado.
Sin embargo, algo
muy importante gravita en el pensamiento del hombre: Dios está por encima de
todo y nos crea indefensos y pequeños para que lleguemos a ser grandes en, por
y para alabanza de su Nombre. De ahí la importancia de la humildad y de ser de
los últimos en el Reino de Dios. Es decir, no buscarnos sino darnos en servicio
a los demás, porque en esa medida seremos también nosotros juzgados. Y es ahí
donde está el límite de nuestro infinito camino, llegar a ser pequeño para
luego ser grande por la Infinita Gracia y Misericordia de nuestro Padre Dios.