Ese es el sentido
que guardamos y vemos en la cruz. No se trata de desear el sufrimiento ni el dolor.
No se trata de masoquismo sino de solidaridad, de agradecimiento y de
experimentar que solo tras el dolor y sufrimiento que trae el amor se encuentra
la alegría y el gozo eterno. Ahí está la clave.
Es evidente que
desde el momento que te interesas por alguien estás sujeto a experimentar
renuncias, compartir y dolor. ¿Qué padres no han sufridos buscando el bien por
amor de sus hijos? Evidentemente, los hijos darán alegrías pero también dolores
y sufrimientos. Eso es lo que representa la cruz para nosotros con la gran e
infinita diferencia que se trata de nuestro Señor, que se dejó crucificar por
amor a todos nosotros y para darnos la oportunidad misericordiosa de poder
redimirnos y liberarnos del pecado.
Dios, encarnado en
Naturaleza Humana, se despojo de sí mismo y permitió su propia humillación
tomando la condición de esclavo y dejándose someter al dolor y sufrimiento. Y
todo por amor y para liberarnos de la esclavitud del pecado. Porque solo el
amor es el que nos puede liberar de nuestra condición de esclavo. Una
esclavitud ciega que nos somete y nos engaña. Una esclavitud que nos puede y
nos esclaviza.
Y al ser creados libres solo la elección del amor nos permitirá elegir el camino correcto del bien alimentado por la generosidad, solidaridad y caridad. Y ese camino se esconde tras la cruz. Una Cruz que desde que fue abrazada por Cristo, nuestro Señor, es signo de salvación. Aceptando esa cruz podemos también nosotros aportar nuestro granito de arena por la salvación del mundo. Por eso, tras el dolor de la cruz hallamos el gozo y la alegría de la resurrección.