lunes, 3 de agosto de 2015

CRISTO Y YO MAYORÍA APLASTANTE

(Mt 14,13-21)


Es una frase que oí por primera vez en un cursillo de cristiandad, y que luego he oído en otras versiones y de otras formas. El verdadero sentido es que con el Señor nada es imposible y todo se puede. Sólo Dios basta, diría santa Teresa, y repetimos nosotros que con el Señor estamos siempre en el lado vencedor.

Y es esa la actitud que nos anima a caminar y a proclamar. A pesar de nuestros temores, miedos, problemas y dificultades nos atrevemos a ello y lo hacemos convencidos que, aunque nuestras matemáticas nos fallan, todo en el Señor tendrá solución. Quizás no como a nosotros nos gustaría, o con la rapidez que quisiéramos, pero siempre con la eficacia que la Gracia de Dios hace todo lo que toca y quiere.

La multiplicación de los panes fue un hecho prodigioso que muchos, ahora en el tiempo, traducen como un cuento o leyenda. Los acontecimientos históricos se aceptan o no según convengan. Lo mismo ocurrió con todos aquellos que contemplaron tal prodigio. Cinco panes y dos peces bastaron para dar alimento a una multitud de gente. Pero a ellos no les bastó.

Simplemente quedaron admirados del hecho en sí mismo, el milagro de transformar cinco panes y dos peces en alimento para toda aquella multitud; simplemente pensaron en lo bueno que resultó quedar saciados y lo interesante y bueno que sería repetirlo cuantas veces hiciera falta. Y eso intentaron conseguir. Posiblemente seguirían a Jesús con esa intención, aparentar seguirle, pero buscar el milagro material. 

No advirtieron, cegados por el egoísmo de la carne el verdadero Pan de Vida que, bajado del Cielo, se hacía verdadero alimento de Vida Eterna. Ese sí era un alimento pleno, lleno de Vida Eterna y de gozo para siempre. Ese sí sería la solución a todos los problemas. No simplemente a los problemas de ahora, sino a los que pudieran presentarse.

Pero, antes había que pasar por el camino de la fe y la confianza, y también aceptar el desierto del hambre y sed, porque no se experimenta la salvación sino cuando no se tiene y se está perdido. Despertar hambre exige primero padecerla, y sentir deseos irrenunciables de beber implica carecer de agua y valorar su ausencia. 

Pero más importante que todo eso es advertir que el alimento y el agua conseguido en este mundo es caduco, tal y como advirtió la samaritana. Sería mejor descubrir el Verdadero Alimento que nos da Vida Eterna. Ese Alimento que se nos da en Jesús.

Pero, mejor aún es decirle: Gracias Señor por ese alimento que nos ha dejado en tu Cuerpo y tu Sangre. Amén.