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(Lc 7,36-50) |
No me siento digno Señor de merecer tanto amor y, menos, la salvación. Mi vida no es dinga de tanto amor y misericordia, porque no respondo a tu Voluntad. Estoy más cerca de ese fariseo engreido y soberbio que quiso valerse de tu buena y afamada reputación y, ni siquiera atendiéndote como manda la ley, te invitó a comer a su casa para pavonearse de tu presencia y amistad.
Porque Tú, Señor, estás con todos, con los que viven en la mentira y la hipocresía, y también con los que se esfuerzan en vivir en la verdad y el amor. Porque nadie tiene esa dignidad de vivir en la verdad y la justicia. Sólo Tú, Señor, eres Justo, Verdad, Camino y Vida Eterna.
Ante la conducta oportunista e hipócrita de ese fariseo, Tú le descubres sus intenciones y pensamientos que buscan desacreditarte y acusar a esa mujer que, agradecida y arrepentida, llora su pecado manifestándote alabanza y atenciones. Yo también quiero alejarme de esa imagen farisaica e hipócrita de tu anfitrión y estar más próximo a la de esa mujer que llora sus pecados y te reconoce su Señor.
Quiero acercarme a Ti, Señor, porque sé de tu Compasión y Misericordia. Porque sé que has venido para salvarme y darme la fuerza necesaria para transformarme de hipócrita en justo y humilde. Hoy me lo revelas y descubres en tu encuentro con Simón el fariseo y la mujer pecadora.
Yo espero y te pido que me atiendas a mí también y me des la sabiduría de alabarte, recibirte con el agua para tus pies, el ungüento para tus cabellos y el beso de la paz. Y rendirme a tus pies para servirte según tu Voluntad. Amén.