Lo que el mundo
nos dice, nos muestra y nos presenta es el éxito. Todo lo que no sea éxito es
fracaso para el mundo. Será, pues, importante para el mundo todo aquel que
tenga éxito, riqueza, bienestar, placer, arrogancia de poder y afirmación de sí
mismo por encima y en perjuicio de los demás.
Eso determina y
significa que seguir a Jesús y vivir en y según las bienaventuranzas será una
renuncia a todo lo que el mundo nos ofrece. Sin embargo, todos los que estamos
en este mundo buscamos la felicidad. Dentro de cada hombre hay una chispa de
felicidad eterna que le impulsa a buscar la felicidad. Una felicidad que el
hombre no encuentra en este mundo a pesar de su poder, riqueza y placer.
Luego, la pregunta
es: ¿Dónde está esa felicidad tan buscada y deseada? Y la respuesta nos viene
dada por Jesús en el Evangelio de hoy: «Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque
ellos… Son bienaventurados, es decir felices, todos aquellos que…
Por tanto, no
busquemos la felicidad en este mundo ni en las cosas de este mundo. Y no la
busquemos porque en el mundo y en sus cosas no se encuentra. Busquemos la
felicidad que arde desde lo más profundo de nuestro corazón en la Palabra de
Dios y en esas bienaventuranzas que nos presenta porque son en ellas donde la encontramos.
Seamos consciente de nuestra pobreza y limitaciones y pidamos al Señor la fuerza, la paz y sabiduría de su Espíritu para poder así sumergirnos en su Gracia y, fortalecidos en Él, vivir nuestra vida en y con la actitud de las bienaventuranzas. Amén.