sábado, 24 de noviembre de 2018

RESURRECCIÓN

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Lc 20,27-40
Si te empeñas en querer entender la resurrección te será imposible, pues tú capacidad finita y limitada no alcanza la inmensidad y grandeza de Dios, infalible, todopoderoso y creador de todo lo visible e invisible que hay en todo el universo, incluido el mismo universo. Y, posiblemente, en ese empeño levantarás una barrera infranqueable que te impedirá estar abierto a recibir la fe. Ese don que sólo Dios lo puede dar.

Una fe que exige la condición de la humildad, que significa aceptar tu pobreza, tus limitaciones y tu pequeñez, para poder recibirla. Y no es nada fácil el esfuerzo de hacerse pequeño, pobre y humilde, como si de un niño se tratara, para recibirla. Experimentas pronto la necesidad del Espíritu Santo para que con su auxilio poder ser receptor y estar abierto al don de la fe.

Dios es inalcanzable e Infinito, y el hombre y la mujer, sus criaturas, nunca podrán abarcarle, comprenderle y, menos, entenderle. Nuestra imaginación no puede imaginar, valga la redundancia, como será ese misterio de la resurrección ni tampoco como será ese otro mundo tras la resurrección. Sin lugar a duda que nuestra razón intuye que no será como este, pero imposible llegar a imaginárnoslo. No habrá familias, matrimonios, ni una vida como esta.

Sería una locura atrevernos a imaginarlo. Experimentamos nuestra pequeñez y eso debe valernos a considerar lo que realmente somos: pobres pecadores. Entrar en esa dimensión y locura no haría sino confundirnos y alejarnos más de la fe. Es terreno que el diablo conoce y domina bien y en él se encuentra a sus anchas para seducirnos y llevarnos a su terreno. Aquí no podemos hacer otra cosa sino confiar en el Señor, que tiene Palabra de Vida Eterna.

Él es el Creador del mundo, Omnipotente y Todopoderoso. Podrá hacer  lo que quiera y como quiera. Por eso, después de razonar todo lo que da nuestra razón y comprender que el mismo sentido común nos descubre la posibilidad de la resurrección, lo más lógico e inteligente es fiarnos de la Palabra de Dios, que habla en Verdad y siempre se cumple.