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Mt 10, 24-33 |
Sebastián había experimentado la exclusión. A su grupo
de amigos, su pandilla, no le agradaba sus ideas, ni tampoco su manera de ver
las cosas. Liderados por Orlando, jefe indomable y que influía con carácter y
autoridad sobre el grupo, miraban a Sebastián con cierto desprecio y le recriminaban sus ideas estúpidas, de perdón, de amor y de convivencia con las otras
pandillas.
—La nuestra, decía Orlando, es la más fuerte, la poderosa y la que
manda en el barrio.
Sebastián se sentía humillado y desplazado, y no sabía
como reaccionar ni que hacer. Estaba fuera de sí, desanimado y casi a punto de
apartarse a un rincón a llorar su desgracia. Sin embargo, «una fuerza
interior le decía que perseverara, que Jesús, nuestro Señor,
también fue rechazado y humillado hasta el extremo de ser crucificado». Aquella
premonición, que escuchó como una voz en su interior, le fortaleció, secó sus lágrimas, se
levantó, avanzó y se entremezcló en su grupo.
—Oyes, Sebastián, estuve observando y vi que te
apartaste de la banda. Por un momento pensé que habías abandonado. Sé que te
habrás sentado mal lo que te ha dicho Orlando, pero no hagas caso. Para mí eres
valiente, dices lo que piensas, y, eres bueno. Dices cosas
que tienen valor, mucho más valor que el poder de los que se creen superiores y
poderosos. Al final pienso como tú, creo que nadie es más que otro, y que
todos, al menos en dignidad y derechos somos iguales.
—Gracias, Miguel, agradecido por tu comprensión y
reconocimiento. Me confortan tus
palabras y me dan ánimo.
—Oyes, no lo digo con esa intención. Creo que lo que dices
es el camino y la verdad, y es lo que debemos intentar. Y, por supuesto defender, hasta el extremo de ser rechazados y ofendidos.
—Y hasta apartados. Al oír tus palabras he recordado
lo que nos dice Jesús: (Mt 10,24-33): En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus Apóstoles: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el
siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al
siervo como su amo … Y he llegado a experimentar, igual que Jesús, el rechazo y
la ofensa. Y eso, en lugar de entristecerme y abatirme, me ha fortalecido y
animado. Quizás tus palabras y reconocimiento me lo han venido a confirmar. Gracias.
Evidentemente, Miguel y Sebastián se fundieron en un
fuerte abrazo y experimentaron que la Gracia de Dios, y la acción del Espíritu
Santo les infundían valor, fortaleza y esperanza. Valía la pena – se dijeron –
sufrir por anunciar la Buena Noticia. Ese es el Camino, la Verdad y la Vida. Y nuestra verdadera esperanza. Estas fueron las Palabras de Jesús: «Por
todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por
él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los
hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos».