martes, 23 de agosto de 2011

¿EN QUIÉN TENGO PUESTA MI FE (Mt 23, 23-26)


Desde ayer quedé cuestionado. Cuando acudí a mi parroquia, a eso de las 19,30 horas, para celebrar la Eucaristía como es habitual cada día. Me encontré con un sacerdote nuevo que la presidía. Recordé entonces que estamos en la semana de la fiesta patronal de San Ginés, y que desde hace algún tiempo se viene celebrando un quinario de reflexiones que nos ayude a centrarnos y a convertir nuestras fiestas en algo más que simplemente actos lúdicos.
Cada día la preside un sacerdote diferente, y ayer fue uno procedente de Méjico. Al menos a mí me lo parece. Pero al margen de esto qué es lo de menos, lo importante es que su homilía me cuestionó mi fe. Simplemente porque, creo, me tocó el ESPÍRITU SANTO, ya que su reflexión no tuvo nada de extraordinario, sino simplemente de llamarnos a la atención de meditar donde está mi fe.

Porque JESÚS empleó una palabra bastante dura contra aquellos fariseos: ¡"Hipócritas"!, qué aparentan creer y practicar una fe que luego se convierte en su propia fe e intereses. Aquellas palabras resonaron dentro de mí de una forma diferente a la de otras veces. ¿Es mi fe así? ¿Trato de buscarme y de destacarme? ¿Persigo lo que yo pienso y creo, y busco lo que a mí me va bien e interesa?

¿Hago esto porque me siento bien y me es gratificante? ¿Pero cuando las cosas se ponen cuesta arriba y difíciles me reprimo, me aparto, me separo, me inmovilizo, me justifico? En realidad, ¿qué pretendo? ¿Seguir a JESÚS? o, sin darme cuenta (ahora ya me doy cuenta) ¿seguirme a mí mismo?

Creo que María puede ser una gran referencia para verme retratado, porque seguir a JESÚS no es molestarme en conseguir que todo salga como yo quiero, sino como quiere ÉL (Hágase en mi según su Voluntad). Por eso observo que me preocupo o desanimo cuando las cosas no están a mi gusto. Incluso, nacen en mí, sentimientos de envidia o justificaciones. Me autotraiciono porque no estoy en, con y por ÉL, sino en mí. No estoy en paz porque estoy luchando con seguir mis pasos aunque piense y exprese en seguir los Suyos.

Todavía sigo pensando en esa palabra. ¡Hipócritas!. Es la segunda o tercera vez que brota de dentro de mi corazón. Y le pido al SEÑOR que me renueve interiormente como dice el Salmo.

Crea en mí, SEÑOR, un corazón puro, renuévame
por dentro con un espíritu nuevo. No apartes
de mí tu Rostro. Devuélveme la alegría de tu
salvación.

Afiánzame con un  espíritu generoso. Enseñaremos
a los malvados tus caminos. Los pecadores 
volverán a TI. Amén.

TRANSMITIR LA ÚNICA VERDAD (Mt 23, 13-22)

No es suficiente saber más: hace falta saber la verdad y enseñarla con humilde fidelidad. Acordémonos del dicho de un auténtico maestro de sabiduría, santo Tomás de Aquino: «¡Mientras ensalzan su propia bravura, los soberbios envilecen la excelencia de la verdad!».
 Muchos de nosotros, quizás yo mismo, nos afanamos en proponer, pero nos perdemos porque en el fondo queremos imponer esa verdad que nos hace feliz y gozosos. Y nos olvidamos de ser nosotros mismos esa verdad, es decir, de vivirla tal como la entendemos. Quizás la proclamo, pero nos olvidamos de vivirla en todas sus consecuencias. Y es ahí donde está el verdadero problema.

No trasmitimos sino convencemos en primera instancia, pero luego desilusionamos cuando comparan nuestra vida con la proclamada. Es entonces cuando observamos que, en nuestro propio ambiente, no calan ni llegan nuestras actitudes. No transparentamos la paz, la serenidad y la confianza que JESÚS nos transmite, porque no estamos verdaderamente entregado a ÉL, sino a nosotros mismos. Y por eso desesperamos en nuestra labor evangelica.

Tengamos confianza en el SEÑOR, yo el primero, y sin prisas, ni pausas seamos en nuestro vivir diario portadores de actitudes como las de JESÚS. Sí, sabemos de nuestras limitaciones, nuestras dudas, confusiones e inseguridades, pero no dejemos de confiar que ÉL está con nosotros en el ESPÍRITU SANTO para alumbrarnos el camino.

SEÑOR, sé que no soy digno de ser llamado hijo tuyo,
sé que mis obras no merecen ningún premio, y
sé que no soy ejemplo para nadie, pero
yo quiero, de verdad, SEÑOR, 
servirte sirviendo a
tus hijos en tu Amor. Amén