Es posible que nos
hayamos quedado con la cantinela de que la luz que va delante es la que alumbra
y que, en ese sentido, queramos aprovechar los días que vivimos en este mundo.
Nos equivocamos si creyendo que Dios, nuestro Padre, está ausente, actuamos
según nuestros caprichos, egoísmos e intereses pasionales y materiales. Dios
sabe y conoce cada instante de nuestra vida y no podemos engañarle. Por otro
lado, si fuese así dejaría de ser Dios.
Y nuestros
cuidados sobre las personas que en alguna medida depende de nosotros, por
ejemplo la etapa de formación, desarrollo y educación de nuestros hijos,
catequistas, grupos de pastorales, familiares, padres…etc. están siempre a la
vista de nuestro Padre Dios. Él, precisamente es nuestro público y cuando
pensamos y creemos que nadie nos ve, Dios tiene su mirada sobre nosotros y ve
en lo secreto nuestras intenciones y comportamientos.
Debemos y tenemos
que estar siempre prestos a tener una conducta tal y como espera nuestro Padre
Dios. Una conducta según y de acuerdo con su Voluntad, con sus mandamientos y
en correspondencia a su Amor Misericordioso. Es evidente que somos débiles y
frágiles para rompernos, quebrantar la ley y desobedecer la Voluntad de Dios.
Se nos ha concedido esa libertad y heridos en nuestra naturaleza humana quebrantamos
los mandatos del Señor.
Pero, la Infinita
Misericordia de nuestro Padre Dios nos concede el perdón y la oportunidad de no
permanecer caídos sino levantarnos. Volver y volver a levantarnos cada vez que
nuestras fuerzas desfallezcan y quebranten la Voluntad de nuestro Padre Dios.
Volver con nuevos bríos y arrepentidos con el propósito de no volver a caer,
aunque nuestra debilidad sea tal que caigamos.
Esa es la lucha y la perseverancia con la que debemos sostenernos hasta el momento que nos llegue nuestra cita con el Señor. Pidámosle fuerza, voluntad y su Gracia para no desfallecer y sostenernos en el cumplimiento de su Voluntad. Amén.