Es evidente que los
actos y prácticas de piedad no tienen ningún valor si van desencarnados de los
actos propios de cada día en tu vida natural y ambiental. Si tu perdóname como
perdonas a los que te ofenden no tiene reflejo en las relaciones de tu vida en
tu familia, trabajo y vida social, estás mintiéndote a ti mismo y mintiendo a
todo el que te conoce.
A Dios nunca le
podrás mentir. Eso sí, tu relación con Él será poca cuando lo que dices no
lleva ni tiene relación con lo que haces. El Evangelio de hoy nos pone
claramente ese ejemplo: (Mt 21,28-32): En aquel tiempo,
Jesús dijo a los sumos sacerdotes: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos.
Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él
respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al
segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue.» ¿Cuál de
los dos…
¿A ti que te
parece? ¿Cuán es tu opinión? Lo importante también para cada uno de nosotros es
que nuestra vida esté también en sintonía con nuestra palabra. Si es así
terminaremos haciendo el bien porque siempre la palabra dicha con honor tiende
a ser honesta, verdadera y cumplida. Posiblemente estaremos en el primer caso
que son quienes albergan esperanza de recapacitar, darse cuenta y cambiar el
rumbo de su vida en aras de la Verdad, la Vida, encontrando el verdadero Camino.
Nos preguntamos, ¿estamos nosotros en esa dinámica?