| Lc 2, 22-35 |
Fernando se
levantaba cada día con la ilusión de trabajar por un mundo más justo y en paz.
Discrepaba un poco con muchas injusticias que se sucedían un día sí y otro
también. Esa intuición le daba esperanza y le alimentaba cada día de
su existencia.
Animado con esos pensamientos, decidió dar un paseo y, quizás, tomarse un
buen café en la terraza de Santiago, su lugar preferido.
Fernando, que ya estaba tomando su
café, miró con entusiasmo a Orlando.
—El problema —intervino uno de la tertulia— es que los hombres honrados y
cabales no quieren oír hablar de política, ni de cualquier otro asunto que los
implique en tareas sociales.
Pedro tomó de nuevo la palabra convencido de que no era eso simplemente
el problema.
—Posiblemente falte el compromiso. Y ese sí que es un problema todavía
mayor.
Fue entonces cuando Manuel decidió, volviéndose a todos, entrar en la
conversación.
—Para mí lo que sucede es que cuando no tenemos profundamente enraizado
nuestro compromiso social y fraterno, nos preocupamos solamente por nosotros.
Detuvo sus palabras y miró las caras, perplejas, de los que le
escuchaban.
Entonces, haciendo mención al evangelio de Lucas 2, 22-35, dijo:
—El anciano Simeón, que esperaba el consuelo de Israel, reconoce en aquel
Niño que llevan al templo José y María, al Salvador como promesa de haber
dedicado la vida entera a su espera.
Hizo una pausa, esperó unos breves segundos para que abrieran bien sus
oídos y dijo:
Eso es lo que echamos de menos en nuestras comunidades, no solo falta de
compromiso, sino de la respuesta solidaria a la que nos compromete la fe en
Jesús, el Mesías que viene a liberarnos de la esclavitud del pecado.