miércoles, 9 de octubre de 2024

ABANDONADOS EN LOS BRAZOS DE DIOS

Posiblemente, más de una vez hemos concluido que no sabemos rezar. Ese, al menos, es mi caso. Y no sólo lo he pensado muchas veces, sino que al día de hoy, en este preciso momento estaba agarrado a ese pensamiento. Y la consecuencia es que muchas cosas que he pedido no se han producido: oraciones por enfermos, momentos delicados en mi vida…etc. Luego, el diablo se encarga de que desconfíes y vayas perdiendo tu confianza y fe en tu Padre Dios.

Sin embargo, Jesús, nuestro Señor e Hijo de Dios Padre, nos invita a perseverar, a tener fe y a confiar. Él es nuestro ejemplo, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Y su Madre, el mejor testimonio de como se debe vivir y creer. La Virgen, nuestra Madre, es ejemplo de como debemos actuar y vivir en la Palabra de su Hijo Jesús: Dios hecho Hombre.

Y la pregunta de hoy es: ¿Sabemos realmente rezar? Posiblemente, mi problema y el de muchos, sea que no entendemos la oración. Pedimos para nosotros, por nosotros y, también, por otros. Pedimos por nuestras necesidades y problemas, y, también, por las necesidades y problemas de otros. Pedimos por la paz, la libertad y la justicias de y entre los pueblos. Y también damos gracias por todos.

Pero, ¿quién es el que nos va a dar todo eso? ¿A quién se lo pedimos? ¿Y no decimos en el Padrenuestro, precisamente la oración que Jesús nos da como guía y manera de rezar, hágase tu Voluntad y no la nuestra? Pues, eso, que se haga la Voluntad de Dios, de manera que todo lo que nos ha sucedido sea posiblemente lo que nos convenga.

Porque. Dios, nuestro Padre, es el Creador de todo, y quien hace todo. Su Voluntad es muy diferente de la nuestra, hasta el punto de que nunca le entenderemos en este mundo. Quizás, sí en el otro, si esa es su Voluntad. De modo que recemos para que todos seamos sostenidos en las Manos del Señor según su Voluntad, y no en la nuestra, que es quien realmente sabe lo que nos conviene y debe hacerse.

Padre nuestro, hágase tu Voluntad en mi vida, y dame la fortaleza, la paz y la sabiduría de saber acogerla y aceptarla, como lo hizo tu Madre – Madre mía, también por tu Gracia – para llevarla humildemente, como Ella, a su plenitud.