Posiblemente, más de
una vez hemos concluido que no sabemos rezar. Ese, al menos, es mi caso. Y no
sólo lo he pensado muchas veces, sino que al día de hoy, en este preciso
momento estaba agarrado a ese pensamiento. Y la consecuencia es que muchas
cosas que he pedido no se han producido: oraciones por enfermos, momentos
delicados en mi vida…etc. Luego, el diablo se encarga de que desconfíes y vayas
perdiendo tu confianza y fe en tu Padre Dios.
Sin embargo,
Jesús, nuestro Señor e Hijo de Dios Padre, nos invita a perseverar, a tener fe
y a confiar. Él es nuestro ejemplo, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra
Vida. Y su Madre, el mejor testimonio de como se debe vivir y creer. La Virgen,
nuestra Madre, es ejemplo de como debemos actuar y vivir en la Palabra de su
Hijo Jesús: Dios hecho Hombre.
Y la pregunta de
hoy es: ¿Sabemos realmente rezar? Posiblemente, mi problema y el de muchos, sea
que no entendemos la oración. Pedimos para nosotros, por nosotros y, también,
por otros. Pedimos por nuestras necesidades y problemas, y, también, por las
necesidades y problemas de otros. Pedimos por la paz, la libertad y la
justicias de y entre los pueblos. Y también damos gracias por todos.
Pero, ¿quién es el
que nos va a dar todo eso? ¿A quién se lo pedimos? ¿Y no decimos en el Padrenuestro,
precisamente la oración que Jesús nos da como guía y manera de rezar, hágase
tu Voluntad y no la nuestra? Pues, eso, que se haga la Voluntad de Dios, de
manera que todo lo que nos ha sucedido sea posiblemente lo que nos convenga.
Porque. Dios, nuestro
Padre, es el Creador de todo, y quien hace todo. Su Voluntad es muy diferente
de la nuestra, hasta el punto de que nunca le entenderemos en este mundo. Quizás,
sí en el otro, si esa es su Voluntad. De modo que recemos para que todos seamos
sostenidos en las Manos del Señor según su Voluntad, y no en la nuestra, que es
quien realmente sabe lo que nos conviene y debe hacerse.
Padre nuestro, hágase tu Voluntad en mi vida, y dame la fortaleza, la paz y la sabiduría de saber acogerla y aceptarla, como lo hizo tu Madre – Madre mía, también por tu Gracia – para llevarla humildemente, como Ella, a su plenitud.
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