miércoles, 11 de noviembre de 2020

SER AGRADECIDO

Lc 17,11-19

Supongo que es algo innato que con el tiempo se nos olvida agradecer todo lo que somos y hemos recibido. Nacemos indefensos, sin voz y sin ninguna posibilidad de defendernos. Somos muy vulnerables durante bastante tiempo de nuestra vida, de tal forma que tenemos mucho que agradecer. A nuestros padres, que se han desvividos por nosotros dándonos, por la Gracia de Dios, la vida y, luego, sosteniéndonos y  acompañándonos hasta la madurez. Sin embargo, aunque estamos muy agradecidos, igual no sabemos demostrarlo o no correspondemos como pensamos que deberíamos hacer.

Incluso, llegamos a pensar que están obligados a darnos todo lo que nos dan. Y que lo merecemos por derecho propio. Algo así nos sucede también con nuestro Padre Dios. En el fondo no nos damos cuenta de todo lo que nos da y regala cada día. Nos ha dado la vida y nos sostiene vivo cada instante de nuestra vida, y, entregándonos a su Hijo, nos ofrece la alternativa de reconocerle como Padre y de ser perdonados por su Infinita Misericordia. Podemos preguntarnos, ¿nos damos cuenta de eso?; ¿respondemos adecuadamente a ese inmenso regalo de salvación?

Nuestro agradecimiento nunca será suficiente ni merecedor de tanto don gratuito. Siempre estaremos en deuda con nuestro Padre Dios. Pero, si podemos responder como ese leproso del Evangelio de hoy que, Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado». 

Te propongo que saques tú tus propias conclusiones: ¿Respondemos a nuestro Padre Dios con el agradecimiento que espera de nosotros?