lunes, 17 de octubre de 2022

SOLO VALE EL PRESENTE

Lc 12, 13-21

En muchos momentos nos obsesionamos con acumular bienes y riquezas sin pensar que cada día es un regalo muy valioso la vida que tenemos. Una vida que igual que vino desaparecerá sin avisarnos. Estar obsesionado con tener y guardar para vivir placenteramente y con seguridad es un gran error. Y lo es porque, nuestra vida es un regalo que tal como se nos ha dado se nos irá.

Es evidente que la vida es un espacio de tiempo que media entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Pero, nunca sabremos su duración ni su final. Podremos – en algunas veces – intuirlo, pero nunca sabremos el momento de su adiós. Igual que se nos dio, se nos quitará llegado el tiempo de nuestra hora. Y nuestro objetivo es aprovechar ese tiempo de vida – ese hermoso don de la vida – que se nos ha regalado para que, por la Gracia de Dios, luego vivamos eternamente una vida gozosa y plena junto a nuestro Padre Dios, autor de la vida.

La parábola que Jesús nos narra hoy lunes en el Evangelio nos habla de este asunto y del valor de las cosas que nos acompaña en cada instante de nuestra vida. Lo importante es el momento e instante que vivimos y la cantidad de amor que en él ponemos y damos. El tiempo es valioso en la medida que lo gastamos ofreciéndolo y dándolo para, y por amor, por el bien del necesitado. Y si así nos sorprende la muerte, ¡bendito momento y bendita vida! La moraleja es clara: «De nada te valen tus riquezas y bienes si en la hora que la vida te es reclamada tú la derrochas de manera egoísta y placentera en ti mismo olvidándote de los necesitados».

Conozco personalmente a algún amigo que ha escogido ese camino y se ha destruido a sí mismo y con él a su propia familia. Porque, vivir alejado de Dios ya es por sí mismo una destrucción. El dinero puede servirnos para ayudar y solucionar muchas cosas que alivian la vida de personas necesitadas. Puede servirnos para mejorar la vida de muchas personas pobres, desesperadas y sin perspectivas de mejora. Pero, puede también alejarnos de Dios y destruirnos si lo ponemos en el centro de nuestro corazón y lo endiosamos como objetivo primero de nuestra vida. Y nos volvemos idólatras.