Lc 12, 13-21 |
Es evidente que la vida es un espacio de tiempo que media entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Pero, nunca sabremos su duración ni su final. Podremos – en algunas veces – intuirlo, pero nunca sabremos el momento de su adiós. Igual que se nos dio, se nos quitará llegado el tiempo de nuestra hora. Y nuestro objetivo es aprovechar ese tiempo de vida – ese hermoso don de la vida – que se nos ha regalado para que, por la Gracia de Dios, luego vivamos eternamente una vida gozosa y plena junto a nuestro Padre Dios, autor de la vida.
La parábola que Jesús nos narra hoy lunes en el Evangelio nos habla de este asunto y del valor de las cosas que nos acompaña en cada instante de nuestra vida. Lo importante es el momento e instante que vivimos y la cantidad de amor que en él ponemos y damos. El tiempo es valioso en la medida que lo gastamos ofreciéndolo y dándolo para, y por amor, por el bien del necesitado. Y si así nos sorprende la muerte, ¡bendito momento y bendita vida! La moraleja es clara: «De nada te valen tus riquezas y bienes si en la hora que la vida te es reclamada tú la derrochas de manera egoísta y placentera en ti mismo olvidándote de los necesitados».
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