sábado, 1 de julio de 2017

ACOGIDA Y FE

(Mt 8,5-17)
Es hermoso experimentar el buen trato y la acogida fraterna cuando llegamos a algún lugar. Nos llena de gozo y satisfacción experimentar los detalles y cuidados de afectos y cariños o atenciones. Aprobamos tales hechos como si estuvieran escrito en nuestros corazones, y asentimos que esa es nuestra esencia: "Amar".

Somos seres creados para amarnos, e ir contra esa vocación es contradictorio y antinatural. Lo experimentamos en lo más profundo de nuestro ser cuando así procedemos. Y esa inclinación vocacional incluye nuestra necesaria e imprescindible relación. Porque sin relación no podemos amar. Nacemos, ya, en el seno de una familia, e inmediatamente, somos objetos de mucho amor. Sin amor no podríamos crecer y desarrollarnos. El amor es fundamental y necesario. Vivimos para amar. Pero, ¿qué es amar?

Jesús es la clave. Él es el modelo del Amor con el que su Padre nos ama. Y su Vida es un camino de entrega y servicio siguiendo la Voluntad del Padre, hasta dar la muerte por verdadero Amor. Abrahán, con sus gestos de acogida y disponibilidad, tanto de servicio como de atenciones, muestra su amor por Dios junto a la encina del Mambré. Su hospitalidad descubre su ansias de hospitalidad amorosa. Entrar en ese pasaje de Abrahán -Gn 18, 1-15- nos ayuda a referenciar nuestra actitud de acogida hacia nuestro Dios y Señor. ¿Realmente, trato yo al Señor, mi Dios, a la altura de su Dignidad? Quizás nuestra naturaleza humana, herida por el pecado, no nos deja ver más allá.

Otra mirada que debe de asombrarnos y servirnos de referencia es la del pasaje del Centurión. Aquel hombre extranjero, que quedó rendido al poder y amor de nuestro Señor Jesús, y al que solicitó la cura de uno de sus siervos. Una solicitud que descubre su corazón amoroso y agradecido con aquel siervo enfermos. Y que se apoya, por la fe, en Aquel a quien nada le es imposible. Todo lo puede, y abandonado en esa fe le solicita su intervención.

Todo lo contrario de Sara, la mujer de Abrahán, que ante la promesa de Dios de que va a tener un hijo, duda y se ríe -Gn 18, 10-15- , el Centurión cree firmemente. Una fe que, incluso, asombró al mismo Jesús. Una fe que se apoya en el amor tiene siempre respuesta por Dios. Porque, Él, precisamente es amor.