miércoles, 13 de noviembre de 2019

DESCANSADOS Y AGRADECIDOS EN Y A JESÚS

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Lc 17,11-19
Hay muchos momentos en nuestra vida que nos sentimos cansados y con deseos de abandonar. Nos sentimos desanimados y experimentamos el deseo de parar para descansar. El problema es que nos preguntamos, ¿y parados descansamos? Experimentamos que todas las paradas no nos facilita el descanso. Hay circunstancia que, parándonos, nos perjudicamos y hasta nos sentimos mal. Ello nos provoca flaqueza, desánimo y desfallecimiento.

Por el contrario, hay otros momentos que, estando sobre abundante de actividad y teniendo la espalda doblada por la carga, nos sentimos fuerte, capaces de sostenernos y de continuar el camino. El verdadero descanso, experimentamos, no está tanto en relajamiento y el ocio, menos en la pasividad en cuanto apoyarnos y descansar en Manos de Jesús, el Señor. En Él la tormenta amaina y nuestra tempestad interior se apacigua y encuentra descanso y paz.

Pero, también suele ocurrir que nos viene la enfermedad y nuestra vida se agrava. Son momentos que imploramos y buscamos remedio, solución y, desde nuestra fe imploramos misericordia y curación. Pero, ¿qué suele ocurrir? Lo mismo que hoy nos descubre y nos presenta el Evangelio, de los diez leprosos, sólo uno tomó conciencia del poder de Jesús y regresó a darle gracias. Sólo uno se sintió agradecido y, consciente de su curación, reconoció la Grandeza y Misericordia de Dios alabándole y dándole Gracias. ¿Actuamos nosotros así? ¿Reconocemos el Poder y la Misericordia de Dios?

Es posible que nuestra espalda continúe doblada, pero nuestro corazón se sostiene firme y pleno de gozo, entusiasmo y alegría, porque el Señor nos llena de paz y esperanza. Quizás el dolor y sufrimiento no desaparezcan, pero nuestro corazón y nuestra alma descansan y, llenos de esperanza, se sienten animados y fuertes para seguir el camino. Es posible y necesario apoyarnos en el Señor y aprender a descansar en Él, porque, en, por y con Él nuestro cansancio se hace más ligero y más suave.