No podemos evitar
poner etiquetas a todo lo que vemos y también a las personas. Éste, es de esta
forma, tiene estos vicios; aquel, actúa de esta manera, imposible cambiarle…etc.
Damos por hecho que muchas personas están condenadas a ser como realmente
nosotros las vemos. Y eso nos impide cambiar nuestra opinión de ellas e incluso
ayudarle a un posible cambio de vida o de hábitos.
El Evangelio de
hoy nos presenta un caso de esos. Levi, recaudador de impuestos para los
romanos, tenía esa condición de persona non grata e imposible de cambiar. Su
actitud y su estrecha relación con los romanos – invasores del pueblo Israel –
le asignaba esa etiqueta de incambiable. No se podía esperar otra cosa de él.
Sin embargo, el
Evangelio nos presenta como Jesús, el Señor, piensa de otra manera y confía en
las personas. Porque, nos será difícil cambiar, dejar lo viejo, lo que nos
somete y esclaviza, pero con la Gracia de Dios, la fuerza del Espíritu Santo,
podemos dar un giro a nuestra manera de pensar y, en consecuencia, de actuar.
Levy, llamado Mateo, fue interpelado por Jesús y cambió. Seguramente no fue un cambio tan rápido o fulminante, pero su manera de pensar y de ver las cosas fueron transformando su corazón hasta convertirse en un seguidos y discípulo de Jesús. Y ya sabemos su historia, pero ahora lo que realmente interesa es la nuestra. ¿Estamos también nosotros dispuestos a cambiar? ¿Tratamos de seguir a Jesús conociendo su Palabra y tratando de vivirla? Esa es la cuestión y una de las lecciones que podemos sacar de este pasaje evangélico.