jueves, 24 de julio de 2014

NUNCA TE CONOCERÉ SI NO HABLO CONTIGO

(Mt 13,10-17)

Cuando seguimos a alguien, lo seguimos porque lo conocemos. Sin conocerlo no emprenderemos su camino y menos su seguimiento. Pero, ¿cómo le conocemos? El conocimiento nace de la escucha atenta, de estar a su lado y de seguirle y verle, tanto actuar como proclamar. No cabe duda que los apóstoles le siguieron y en ese vivir y compartir cada día nació el conocimiento.

Y descubrimos que poco se enteraban y poco le entendían, hasta el punto de no enterarse cuando les habló de comer su Cuerpo y beber su Sangre, o que que iba a Resucitar. Así que, no sólo necesitamos seguirle, sino también confiar y abrirnos a la acción de su Espíritu, que nos ilumina y nos abre la mente para entenderle. Es necesario, por nuestra parte, hablar con Él, oración, y escuchar su Palabra, Evangelio, y recibir su Alimento, Eucaristía, para que lo demás corra por cuenta de su Gracia.

El Espíritu Santo se encargará, disponible nuestro corazón, de suavizarlo, llenarlo de luz y de abrir nuestros ojos, oídos e inteligencia para que veamos, escuchemos y sigamos al Señor como hicieron sus apóstoles y todos los que han creído en Él hasta hoy.

Por el contrario, alejados y endurecidos de corazón a exigir razones, pruebas y milagros que nos convenzan y estimulen a seguirle, cerrará nuestros oídos y nublará nuestra vista hasta el punto de no entenderle, ni  verle y oírle. Perderemos no sólo nuestra vida sino la verdadera Vida Eterna que nos es prometida para gozar de y en su presencia.

Pidamos luz y paciencia para abrir nuestro corazón a las enseñanza de nuestro Señor, y abandonados y confiados a su Palabra dejemos sembrar las Semillas de su Reino en nuestros corazones.