Se trata de no buscar lucimiento escondido en las falsas apariencias, ni mostrarte tus bondades para ser visto y admirado. Porque, todo nos viene dado y regalado por la Gracia de Dios, y, de Él recibimos la fortaleza, la sabiduría y el poder para superar nuestros egoísmos, dificultades y hedonismos.
Se vive mucho de apariencias y de cumplimientos, y eso, aunque tiene su importancia, pues, no solo hay que ser, sino también parecer, no es lo fundamental si realmente detrás no hay una sincera actitud de vida coherente y comprometida con lo que haces, dices y vives. Tratemos de cuidarnos y de ser coherentes con nuestro diálogo con el Señor.
Tratemos de no llevar dos vidas, una la aparente y otra la auténtica. Tratemos de que nuestra vida de relación con Dios coincida con nuestra vida real de cada día, donde el amor que reflejamos sea un fiel reflejo - valga la redundancia - del amor de Dios.