martes, 14 de octubre de 2025

CUESTIÓN DE RESTREGARSE

Lc 11, 37-41

   Iba vestido con una elegancia sublime que le daba un estilo caballeresco intachable. Impresionaba en cualquier lugar al que llegara. Todo lo que se veía era de buen gusto y difícilmente inmejorable. Armando lucía su esbeltez y finura de forma agradable, y a todos les resultaba una buena persona, ya no por su sola elegancia, sino por su educación y comportamiento.

    Pedro, que lo había observado varias veces, ya lo conocía, pero, le había llamado la atención su forma de hablar, tan medida, tan correcta, que parecía calculada. Había algo en su sonrisa que no terminaba de convencerle.
 
   —¿Qué te parece? —dijo Pedro— ese Armando. ¿Es lo que se ve, o hay segundas intenciones?
   —¿Por qué me haces esa pregunta?—replicó Manuel. ¿Acaso piensas que se esconde tras sus apariencias?
   —No digo eso, sino que a veces las personas tienen una imagen que no se corresponde luego con su propia realidad. ¿No lo crees tú así?
   —No todo lo que reluce es oro —apuntó Manuel. Muchos actuamos delante de los otros de una forma, mirando nuestros intereses. Y, luego, cuando estamos en nuestra intimidad, con los nuestros, nos comportamos de otra forma.
   —Podemos decir que somos una persona en un determinado ambiente, y otra cuando estamos con los nuestros. ¿Vale esa respuesta?
   —Podría ser así. El Evangelio (Lc 11, 37-41) lo deja muy claro cuando Jesús descubre el pensamiento de aquel fariseo que lo invita a comer a su casa. Lo verdaderamente importante no es lo que se ve, sino lo que hay dentro de cada persona. Es en el corazón donde está la verdad de cada ser humano.
 
   Lavarse las manos antes de comer constituía en tiempos de Jesús un precepto ritual. Faltar a ello era algo que a un fariseo no se le podía escapar. Sin embargo, Jesús no le da la más mínima importancia, se dirige a lo esencial, lo que vive en el interior del ser humano, de donde brota todo lo que hacemos.