(Mt 9,9-13) |
No es una historia pasada. Es una historia actual, que se renueva a cada momento y que hoy se hace vida. La llamada está encima de la mesa y hoy vuelve a experimentarse dentro de ti. Claro, puedes hacerte el sordo, o mostrarte indiferente o no hacerle caso y rechazarla, pero hoy, también mañana y al siguiente, Jesús te llama y se dirige a ti.
La reflexión está clara: ¿Qué respondemos? ¿Atiendes la llamada del Señor, o la eludes y prefieres el mundo? No hay sino esos dos camino, o Dios o el mundo. Pero, antes de elegir debes saber que el mundo es caduco y pasa. Todos los tesoros que aquí puedas atesorar son pasajeros y están sujetos a la herrumbre y la polilla (Mt 6, 14-15) y te serán de poca utilidad. Quizás, con buena suerte, podrás servirte y disfrutar de ellos unos pocos años.
Es más inteligente seguir el camino al que te llama el Señor. Un camino de perfección (Mt 5, 46-48) donde el amor es el centro de nuestra vida y la huella de sus efectos van dejando paz, alegría, justicia y verdadero gozo. Y su herencia es la plenitud eterna. Realmente, la llamada merece una fiesta como la que protagonizó Mateo el publicano, y una esperanza que estalla en júbilo y alegría, porque el Señor nos dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Descubrir nuestra enfermedad y experimentarnos pecadores es el primer paso que tenemos que dar ante la llamada del Médico, nuestro Señor Jesús, porque Él no ha venido a salvar a los que no le necesitan, porque no están enfermos, sino a los que, esclavizados por el pecado, necesitamos su Perdón y Misericordia. Y eso es lo que ocurre en nuestro mundo, un mundo enfermo, necesitado de Dios y de su Misericordia, para que transforme nuestros corazones endurecidos por el pecado en corazones de carnes dispuestos a amar y a vivir en la Voluntad de Dios.