A partir de la
última cena, el Señor, no solo se perpetua eternamente sino que está en todos y
para todos. Antes, ahora y siempre. Dentro y afuera. No solo hablar de Él sino
hablar con Él, presente y directo en las especies de pan y vino. Se ha quedado
con nosotros para alentarnos, enseñarnos, iluminarnos, fortalecernos, acompañarnos,
animarnos, consolarnos, escucharnos, llamarnos, orientarnos, perdonarnos y
darnos siempre esperanza de vida eterna en su presencia. Porque, estar con Jesús
colma todas nuestras esperanzas de gozo y felicidad.
Y eso no es cosa
del momento, del instante, es cosa de permanecer a su lado, tratarlo e ir dejándonos
empapar de sus afanes, de su bondad, de su amor y misericordia. La Gracia de su
Amor y Misericordia nos transformará hasta el punto de que nuestro corazón
sentirá y palpitará como el de Él.