Lc 10, 38-42 |
Manuel se encontraba angustiado. Llevaba un día frenético,
sin tiempo para pensar. Experimentaba deseos de tener espacios de paz, de poder
pensar y sentirse vivo, en el mundo. Ciertamente, lo echaba de menos. De
momento le costaba pararse y, tras un esfuerzo, dejando todo de lado, se sentó
en su terraza favorita y, llamando a Santiago, le pidió que le sirviera un
café.
Sin saber por qué ni cómo, Manuel y Santiago habían tenido
una buena conversación. Ese tipo de conversación capaz de cambiar la vida y el
rumbo de su camino. Es evidente que Manuel hablaba del Espíritu Santo, que
camina con nosotros desde la hora de nuestro bautismo. Otra cosa es que muchos
no lo advierten, ni lo saben o no le hacen caso. Posiblemente, Santiago puede
ser que sea uno de esos.
La vida necesita contemplación, para ser acogida, escucha y servicio. Contemplar para escuchar y conocernos, y acogida, para servirnos. Somos seres en relación precisamente para eso, para
conocernos tras la escucha, y para acogernos y servirnos tras las necesidades. Sobre todo
de manera especial a los más necesitados.
Tras un buen rato, Manuel se dio cuenta de que esos momentos habían sido una llamada de atención. Se había parado y, movido por Santiago, había llegado a la conclusión de que es necesario escuchar la Palabra, y luego ponerla en acción. Es lo que hizo María, escuchando atentamente al Señor, y lo que hizo Marta, aunque algo afanada en servir. Ambas cosas son necesarias, pero sin perder la paz, la presencia y la confianza en el Espíritu Santo que nos acompaña.