sábado, 27 de diciembre de 2025

RESURRECCIÓN

Jn 20, 1a. 2-8

  La desilusión era la tónica dominante del grupo. La desesperanza se había apoderado de toda la comunidad. Muchos regresaban a sus tareas de antes, y otros, desorientados, vagaban como pájaros sin rumbo.

   No se entendía nada. ¿Cómo era posible que aquel hermoso proyecto se hubiera venido abajo cuando todos pensábamos que era la solución a nuestros problemas?

    Servando, uno de los líderes del grupo, se levantó y, como una veleta al viento y sin rumbo, se echó a caminar. No tenía ninguna dirección, solo pretendía evadirse del problema. Al parecer, todo se había terminado.

   ¿Cuál era el problema? Había desaparecido el líder y todo se había quedado a medio camino. Ya no tenía sentido seguir. La ilusión se había derrumbado.

    Cansado de caminar y de pensar, Servando decidió sentarse y tomar algo de agua. Pensó que con un poco de tranquilidad podía encontrar alguna salida.

    Distraído en estos pensamientos, oyó una voz que le reclamaba su atención.

    —Señor, ¿desea tomar algo? —le dijo Santiago, con cierto titubeo.

    Servando, con la mirada perdida y sin darse mucha cuenta, respondió:

    —¡Ah!, sí, un café y agua, por favor.
    —Enseguida, señor —respondió Santiago, y marchó con diligencia a servirle.

    La cara de Servando no podía estar quieta. Miraba para todos los lugares dando la impresión de que buscaba o esperaba la aparición de alguien.

    Eso llamó la atención de Manuel, que, acercándosele, le preguntó.

    —¿Espera usted a alguien? —le dijo con cierta indecisión.
   —¡No, no!… bueno, esperábamos a una persona, pero ha desaparecido. Pensamos que ha claudicado y nos ha dejado en la estacada.
    —¿Y no tienen esperanza de que vuelva? —insinuó Manuel, tratando de reanimarlo.
   —Parece que, por los gestos y manera de actuar la última vez que le vimos, no volverá —dijo Servando— con cara cariacontecida.

     Fue entonces cuando Manuel, impulsado por levantarle el ánimo, le dijo:

    —Una tal María Magdalena, según el evangelio de Juan —capítulo 20—, en el primer día de la semana, echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo…

     Puso sus ojos en él y, hablándole con cariño, le dijo:

    —El evangelio termina diciendo: Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

     Y mirándole, con los ojos llenos de esperanza, le invitó a experimentar que nuestra vida está llamada a seguir adelante y a renovarse constantemente, porque quien ha venido para salvarnos sigue con nosotros, nunca se ha ido ni se irá hasta darnos vida eterna en plenitud.

    En ese momento, Servando dejó quieta su mirada. Levantó sus ojos al cielo y su rostro expresaba gozo y alegría.

     Ya no esperaba a nadie; sabía que a quien necesitaba, estaba a su lado. Y eso le bastaba.