miércoles, 5 de enero de 2022

LA FE MUEVE A LA BÚSQUEDA Y PROPICIA EL ENCUENTRO

 

Es evidente que cuando se tiene fe en algo se activa el deseo de alcanzarlo. Es indudable que la fe te mueve y propicia la búsqueda y el encuentro. Y, sobre todo, cuando eso que se busca es bueno, conviene y nos hace felices, esa búsqueda no se queda en nosotros, sino que se mueve hacia el exterior, con y en el deseo de darlo a conocer. Porque, lo bueno se quiere siempre dar para que otros también lo disfruten.

La experiencia del encuentro con Jesús nos mueve a comunicársela a otros. Nos ha dejado tan sorprendidos, tan felices y gozosos que queremos decírselo a los que no le conocen o no han tenido esa experiencia de encuentro con Él.

Felipe, en el caso que nos ocupa lo hace con su amigo Natanael. Le habla de su encuentro con Jesús y le invita a conocerle. Y, realizado el encuentro, tal como nos revela el Evangelio, Natanael, a lo que le dice Jesús «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» responde:

¿De qué me conoces?

Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.

Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Ahora, nos conviene pensar, ¿cuál es nuestra propia experiencia con Jesús? ¿Le conocemos? ¿Hemos tratado de buscarle y tener un encuentro, una conversación, diálogo con Él? ¿No crees que, como ocurrió con Natanael, Jesús nos conoce?

Nuestro destino es el Cielo. A eso y para eso hemos sido creados. Nunca para pasarlo mal, y menos eternamente, sino para vivir en gozo y plenitud de felicidad eternamente. Esa es nuestra meta y la que todos sentimos en lo más profundo de nuestros corazones. Y de no conseguirla seremos infelices. Y lo peor es que perdamos el tiempo y sea para siempre.

Los que tenemos unos años sabemos – por nuestra propia experiencia – que en este mundo no se encuentra esa felicidad que buscamos. Por lo tanto, si la sentimos y deseamos es porque existe. Y Jesús nos descubre y revela ese tesoro donde se encuentra eso que tanto buscamos. Está en su Palabra y en su Infinita Misericordia. Él es ese gozo pleno y eterno que tanto buscamos.