Es evidente que cuando se tiene fe en algo se activa el deseo de alcanzarlo. Es indudable que la fe te mueve y propicia la búsqueda y el encuentro. Y, sobre todo, cuando eso que se busca es bueno, conviene y nos hace felices, esa búsqueda no se queda en nosotros, sino que se mueve hacia el exterior, con y en el deseo de darlo a conocer. Porque, lo bueno se quiere siempre dar para que otros también lo disfruten.
La experiencia del encuentro con Jesús nos mueve a comunicársela a otros. Nos ha dejado tan sorprendidos, tan felices y gozosos que queremos decírselo a los que no le conocen o no han tenido esa experiencia de encuentro con Él.
Felipe, en el caso que nos ocupa lo hace con su amigo Natanael. Le habla de su encuentro con Jesús y le invita a conocerle. Y, realizado el encuentro, tal como nos revela el Evangelio, Natanael, a lo que le dice Jesús «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» responde:
─¿De qué me conoces?
─Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
─Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
─¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Ahora, nos conviene pensar, ¿cuál es nuestra propia experiencia con Jesús? ¿Le conocemos? ¿Hemos tratado de buscarle y tener un encuentro, una conversación, diálogo con Él? ¿No crees que, como ocurrió con Natanael, Jesús nos conoce?
Nuestro destino es el Cielo. A eso y para eso hemos sido creados. Nunca para pasarlo mal, y menos eternamente, sino para vivir en gozo y plenitud de felicidad eternamente. Esa es nuestra meta y la que todos sentimos en lo más profundo de nuestros corazones. Y de no conseguirla seremos infelices. Y lo peor es que perdamos el tiempo y sea para siempre.
Los que tenemos unos años sabemos – por nuestra propia experiencia – que en este mundo no se encuentra esa felicidad que buscamos. Por lo tanto, si la sentimos y deseamos es porque existe. Y Jesús nos descubre y revela ese tesoro donde se encuentra eso que tanto buscamos. Está en su Palabra y en su Infinita Misericordia. Él es ese gozo pleno y eterno que tanto buscamos.
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