lunes, 30 de junio de 2025

UN PADRE AMOROSO Y MISERICORDIOSO

Mt 8, 18-22

Posiblemente muchos queramos seguir a Jesús. La Palabra de Jesús es atrayente y conecta con nuestro corazón. ¿Quién no quiere amar, ser buena persona, impartir justicia y ser correspondido de la misma forma? ¿Quién no quiere ser atendido, ayudado y bien tratado en los momentos de enfermedad, de debilidad o error? Supongo que a todos nos gustaría ser así y recibir ese trato. Sin embargo, sabemos por nuestra propia experiencia que nos cuesta ser así. Tenemos esa semilla sembrada en nuestro corazón, pero también hay cizaña que la estropea y no la deja crecer ni dar buenos frutos.

Es evidente que cuesta mucho seguir a Jesús. Porque su camino es un camino de cruz, de darse enteramente y de pensar más en el bien del otro que el suyo propio. Su venida está vinculada a la salvación del hombre. El hombre de toda raza, color o condición. El Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios acoge a todos, es universal y va dirigido a la humanidad entera. Y bien, sabido esto, podemos estar ahora en disposición de responder esa pregunta que nos hacemos: ¿Quiero y estoy dispuesto a seguir a Jesús?

Manuel lo tenía muy claro, quería seguir a Jesús, pero al mismo tiempo se sabía débil, pecador y que su seguimiento tendría muchos altibajos, tentaciones y fracasos.

    —Mi decisión está tomada firmemente. Es más, creo que no podría venirme atrás. No entiendo la vida sin Jesús, y creo firmemente en Él. Pero, reconozco que no soy digno de seguirle. Quizás le pierdo muchas veces, y, creo que no doy la talla para ser considerado un seguidor. Pero, me sostiene su Amor e Infinita Misericordia. Eso me da ánimo y arrojo para levantarme y seguir la lucha.  
     —Me ayudas con tu reflexión, comentó Pedro. —A mí me ocurre algo parecido. Sin embargo, en esos momentos trato de mirarle y escuchar su Palabra. Y me da mucho ánimo y esperanza oírle hablar sobre la parábola del Padre Amoroso. Me siento hijo amado y perdonado, y eso me fortalece, me vigoriza y me levanta para, como aquel hijo, volver a la Casa de mi Padre.

Los dos amigos habían encontrado razones y, sobre todo, necesidad de que el camino hacia Jesús, aunque camino de cruz, es un camino de caídas y levantadas; de fracasos y éxitos; de luchas y derrotas, pero, sobre todo, de perdón y misericordia. Y, quizás sin darnos cuenta, en el camino vamos experimentando que todo nuestro corazón se va impregnando de la Palabra de Dios y de que mi vida está en Él enteramente.