miércoles, 4 de septiembre de 2019

PROCLAMAR EL REINO DE DIOS

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Lc 4,38-44
Será difícil callarte cuando descubres algo bueno. Tratas de ocultarlo, pero experimentas un deseo irrefrenable de comunicarlo, de extenderlo por todas partes. Al menos por los lugares y ambientes donde transitas y eres conocido. Entonces, experimentas que tienes que luchar contra ese deseo interior que te empuja a proclamar lo que llevas en tu corazón y te hace feliz. La persona humana es un ser en relación y necesita imperiosamente comunicarse.

Jesús ha venido a proclamar el Reino de Dios. Un Reino de felicidad eterna que colma todas las máximas aspiraciones de los hombres y mujeres del mundo. Y lo hace desde su propia experiencia, encarnado en naturaleza humana, para anunciar en todas partes la Buena Noticia de Salvación. Conoce lo que buscan los hombres y mujeres de este mundo y les trae esa Buena Nueva que tanto, muchos sin darse cuenta, esperan desde lo más profundo de sus corazones.

Jesús no puede callarse, esa es su Misión, anunciar a todos la Buena Noticia de Salvación. Decirnos que Dios es nuestro Padre, que nos ama eternamente y que le ha enviado para señalarnos y enseñarnos el camino de Salvación. Todos tenemos necesidad de salvación, tanto corporal como espiritual, pues somos cuerpo y alma y nuestra salvación no excluye a ninguna. Somos uno integro, compuesto de cuerpo y alma, y Dios nos salva íntegramente.

Jesús cura nuestras dolencias y enfermedades, pero, también nuestra alma, de mucho más valor, pues el cuerpo es corruptible, pero nuestra alma es eterna e interesa salvarla para que alcance esa plenitud eterna y feliz que todos buscamos. Y si la perdemos también se perderá el cuerpo.. Busquemos, pues, a Jesús para que, no sólo nos salve y cure nuestras dolencias, sino que nos salve integramente. Es decir, cuerpo y alma.