Es evidente que si
no aceptaron la autoridad con la que Juan anunciaba la llegada del Mesías
prometido; si no aceptaron lo que Juan proclamaba y anunciaba sobre el Mesías
que había de venir, y que bautizará con Espíritu y Fuego, ¿cómo van a aceptar
la autoridad con la que les habla Jesús? Sería inútil, como inútil es anunciar
la Buena Noticia a aquel que no acepta a Jesús como el Mesías prometido e Hijo
de Dios Vivo.
Esa es la realidad
de este mundo y, también, con la que nos encontramos nosotros. Cuando no buscas
la verdad sino que tratas de adaptarla a tu propio interés, todo te resbala, te
suena a hueco y lo rechazas. Es y fue el caso de aquellos sumos sacerdotes y
ancianos de su época, y es también el caso de los intelectuales y sabios de
hoy.
Ante esta realidad
lo que importa eres tú y yo. ¿Qué nos preguntamos nosotros? ¿Creemos en el
anuncio de Juan el Bautista y, por consiguiente, en Aquel que él anunció? O,
por el contrario, seguimos creyendo en lo que a nosotros se nos ocurre según
nuestros propios intereses?
Esa es la cuestión. Serás tú, y también yo, los que tengamos que decidir y optar: ¿Creemos o no creemos? ¿Hacemos de nuestras vidas testimonio de la Palabra de Dios, o testimonio de nosotros mismos?