sábado, 25 de junio de 2011

SI PEDIMOS BIEN, JESÚS NOS RESPONDE (Mt 8, 5-17)


Cuando pedimos algo ocurre que en la mayoría de las veces lo pedido no es necesario para nuestro crecimiento y madurez humana, y menos espiritual. Siempre, o casi siempre, pedimos para nuestro propio interés personal. Nuestra tendencia natural, por nuestra humanidad caída, se inclina a ser egoísta y, por tanto, nuestras peticiones y deseos son egoístas.

Y, nuestro PADRE DIOS, que sabe lo que  verdaderamente necesitamos para salvarnos, nos da lo que es bueno para nosotros y para poder llegar a su Casa. Es nuestro PADRE, y nos quiere mucho, y como buen PADRE nos da lo que es bueno para nosotros.
Debemos, pues, aprender a pedir y desear, por tanto, sólo aquello que nos sirve para atesorar verdaderos tesoros en el cielo, porque es allí donde está nuestra felicidad eterna. Todo lo demás, aunque necesario, son cosas caducas y su destino es corromperse y desaparecer. Son medios en cuanto nos sirven para recorrer el camino hacia la Casa del PADRE, pero nada más.

Y así lo entendió el Centurión. Pidió, no para sí, sino para los intereses de su siervo. Y de forma humilde, confiada y dispuesto a abajarse por la salud de su criado. Más desapego e interés por  otro, incluso de condición sometida a él, es digna de ser escuchada. Y JESÚS dándose cuenta le escucha y le atiende.

¿Podemos nosotros hacer lo mismo? Esa es la pregunta que hoy nos interpela la Palabra de DIOS. Aprender a pedir el pan nuestro de cada día. Y para ello necesitamos ponernos en Manos del ESPÍRITU SANTO y recabar su ayuda para que, saliendo de nosotros mismos, seamos capaces de pedir, llenos de amor, por el bien de los otros.

Que sepa, DIOS mío, encontrar la luz y la fuerzas
para desapegarme de mí mismo y darme en
generosidad y caridad a mis hermanos.

Te lo pedimos en el nombre de tu HIJO JESÚS
que nos lo ha prometido y enseñado con 
la oración del PADRE Nuestro. Amén.

INQUIETOS HASTA EL ENCUENTRO DEFINITIVO (Lc 1, 57-66. 80)


No cabe duda que encontrar al SEÑOR supone camino, esfuerzo y confianza en ÉL. Eso fue lo que predicó Juan, el Bautista, nacido para eso. Ya, en el vientre de su madre, proclamó la presencia de su primo en el seno de María, con un sobresalto a modo de salutación e indicación delatando su venida y misión.

Más tarde diría que él no era el pensado por el PADRE para salvar a los hombres de sus pecados. Había de venir el Verdadero Mesías, aquel que quitas los pecados del mundo. Treinta y tres años más tarde lo señalaría con su dedo indicándole a sus discípulos que lo siguieran, pues ese era el Verdadero Cordero bajado Cielo.

Juan nos enseña donde está el Camino, la Verdad y la vida, y nos prepara el camino que debemos seguir siendo puente entre él y JESÚS de Nazaret. No hay hombre más grande nacido de mujer, pues su misión nos pone en el verdadero camino de salvación.

Queremos, SEÑOR, seguir tus pasos, y no dejar
de caminar a tu lado. Sabemos, por Juan,
que TÚ eres el verdadero Cordero
que quitas los pecados del
mundo.

Danos, te lo pedimos con todo nuestro corazón,
la valentía, como Juan, de no abandonarte,
de no rechazarte ni dejar de proclamar
tu Mensaje y verdad. Amén.