sábado, 6 de octubre de 2018

GRACIAS, SEÑOR, POR LA FE

Resultado de imagen de Lc 10,17-24
Frecuentemente nos entusiasmamos al escuchar la Palabra de Dios. Nos viene a la memoria la parábola del sembrador y las diferentes opciones que se producen al sembrar la Palabra. ¿Dónde estamos situados nosotros? Sería necesario e importante reflexionar y discernir nuestra situación? Porque, ocurre, que a veces nuestro entusiasmo, por nuestra capacidad o virtudes, y por nuestra fuerza de voluntad, para anunciar la Buena Noticia,  se queda conservada y guardada en nosotros mismos.

¿No pecamos de egoístas y de no compartir los talentos y sabiduría recibido? Nuestra alegría no debe refugiarse ni apoyarse en ese espontáneo entusiasmo ni en los posibles frutos de nuestras primeras acciones, sino que debe estar apoyada en la toma de conciencia de que nuestros nombres están escritos en el Cielo. Es ahí dónde debe estar apoyada nuestra alegría y nuestro gozo, porque todas nuestras obras son consecuencia del Poder de Dios que actúa a través de nosotros.

Y yo, Señor, me agarro fuertemente a tu Palabra y, creyéndomela, me regocijo y me alegro. Gracias, Señor, por regalarme la fe y el poder de saborear tu Palabra cada día. Y la posibilidad de discernirla, reflexionarla y transmitirla cada día. Gracias por poder compartirla y recibir el eco de unos hermanos en la fe que la enriquecen y la prolongan hacia otros lugares. Y gracias porque compartiéndola se fortalece y se acrecienta nuestra fe cada día por la Gracia de tu Espíritu.

Sí, Señor, es verdad. Me alegro por sentirme elegido y porque deseo enormemente responder a esa elección. Sí, Padre, me alegro porque me tienes entre los tuyos, al menos yo quiero y deseo eso y me gusta pensarlo. Y porque sé que todo me viene de Ti. Gracias, Señor, porque soy consciente de tu presencia y del regalo y tesoro más grande que el hombre puede encontrar. Sí, Padre,  mi alegría descansa en tu Gracia y en saberme llamado, elegido y perdonado por tu Infinita  y amorosa Misericordia.