¿No pecamos de egoístas y de no compartir los talentos y
sabiduría recibido? Nuestra alegría no debe refugiarse ni apoyarse en ese
espontáneo entusiasmo ni en los posibles frutos de nuestras primeras acciones,
sino que debe estar apoyada en la toma de conciencia de que nuestros nombres
están escritos en el Cielo. Es ahí dónde debe estar apoyada nuestra alegría y
nuestro gozo, porque todas nuestras obras son consecuencia del Poder de Dios
que actúa a través de nosotros.
Y yo, Señor, me agarro fuertemente a tu Palabra y,
creyéndomela, me regocijo y me alegro. Gracias, Señor, por regalarme la fe y el
poder de saborear tu Palabra cada día. Y la posibilidad de discernirla,
reflexionarla y transmitirla cada día. Gracias por poder compartirla y recibir
el eco de unos hermanos en la fe que la enriquecen y la prolongan hacia otros
lugares. Y gracias porque compartiéndola se fortalece y se acrecienta nuestra
fe cada día por la Gracia de tu Espíritu.
Sí, Señor, es verdad. Me alegro por sentirme elegido y
porque deseo enormemente responder a esa elección. Sí, Padre, me alegro porque
me tienes entre los tuyos, al menos yo quiero y deseo eso y me gusta pensarlo.
Y porque sé que todo me viene de Ti. Gracias, Señor, porque soy consciente de
tu presencia y del regalo y tesoro más grande que el hombre puede
encontrar. Sí, Padre, mi alegría descansa en tu Gracia y en
saberme llamado, elegido y perdonado por tu Infinita y amorosa
Misericordia.
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