lunes, 23 de enero de 2023

CIEGOS Y CONDENADOS POR SÍ MISMOS

Mc 3, 22-30

Tendrás que liberarte primero, darte un baño de humildad, de pobreza espiritual y de reconocerte pobre y pequeño para, humildemente, dejar que tu corazón necesitado de ayuda se abra a la acción del Espíritu Santo y la Palabra del Señor. Si no dejas entrar al Espíritu en tu corazón, ¿cómo quieres acoger la Palabra de Jesús? Ese demonio, al que tú ahora dices  que está en Jesús, se encargará de sostenerte soberbio, engreído, prepotente y ciego para ver la Verdad y tu salvación.

Así de sencillo es nuestra vida. Dentro de nosotros está plantada esa semilla de la impronta de Dios, el Amor. Pero necesita ser cultivada, abonada y bien regada por la Gracia de los Sacramentos para dar frutos. Frutos de acogida, de apertura, de escucha y de disponibilidad a su Palabra y a dejarnos mover por la acción del Espíritu.

De no ser así, el espíritu del mal nos confunde y nos dispersa. ¿Acaso se puede entender que el demonio se expulse a sí mismo? ¿Acaso tiene sentido que una familia dividida pueda sostenerse en la unidad? ¿No nos damos cuenta de que, poseídos por el espíritu del mal, nuestra boca y corazón vomitan disparates? ¿Cómo podemos negar el Amor Misericordioso de Dios nuestro Padre? ¿Estamos ciegos?

¿No descubrimos esa chispa interior que vive dentro de nuestro corazón que nos mueve a sentir compasión, a ser solidarios y fraternos y a amar, incluso a los enemigos y desear ser eternos?  ¿Y quién ha puesto eso dentro de nosotros? ¿Podemos creer que tanto orden y perfección consecuencia de una inteligencia Infinita puede ser causa de una chispa, Big Bang o energía cósmica? Pero, al margen de eso que no es tan importante, ¿y la Persona de Jesús? ¿Es que su Vida, su Palabra y sus Obras no nos dejan suficientes testimonios para creer que es el Hijo de Dios. ¿Y su Resurrección? ¿Acaso tienes pruebas de que no ha Resucitado y por el contrario hay muchos testimonios de que sí?