Mc 3, 22-30 |
Así de sencillo es
nuestra vida. Dentro de nosotros está plantada esa semilla de la impronta de
Dios, el Amor. Pero necesita ser cultivada, abonada y bien regada por la Gracia
de los Sacramentos para dar frutos. Frutos de acogida, de apertura, de escucha
y de disponibilidad a su Palabra y a dejarnos mover por la acción del Espíritu.
De no ser así, el
espíritu del mal nos confunde y nos dispersa. ¿Acaso se puede entender que el
demonio se expulse a sí mismo? ¿Acaso tiene sentido que una familia dividida
pueda sostenerse en la unidad? ¿No nos damos cuenta de que, poseídos por el
espíritu del mal, nuestra boca y corazón vomitan disparates? ¿Cómo podemos negar
el Amor Misericordioso de Dios nuestro Padre? ¿Estamos ciegos?
¿No descubrimos esa chispa interior que vive dentro de nuestro corazón que nos mueve a sentir compasión, a ser solidarios y fraternos y a amar, incluso a los enemigos y desear ser eternos? ¿Y quién ha puesto eso dentro de nosotros? ¿Podemos creer que tanto orden y perfección consecuencia de una inteligencia Infinita puede ser causa de una chispa, Big Bang o energía cósmica? Pero, al margen de eso que no es tan importante, ¿y la Persona de Jesús? ¿Es que su Vida, su Palabra y sus Obras no nos dejan suficientes testimonios para creer que es el Hijo de Dios. ¿Y su Resurrección? ¿Acaso tienes pruebas de que no ha Resucitado y por el contrario hay muchos testimonios de que sí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.