lunes, 30 de marzo de 2020

MISERICORDIA POR ENCIMA DE TODO

Tampoco yo te condeno… | Ecos de la Palabra
Jn 8,1-11
Decimos y confesamos que Dios es Amor. Un Amor Misericordioso, porque, de no ser así, nosotros, míseros pecadores, estaríamos sin remisión condenados a la eternidad de sufrimiento y dolor. Si nos salvamos es por la Infinita Misericordia de Dios. Nos perdona a pesar de nuestros pecados. Pecados de todas clases y tamaños, pero, pecados que ante la Infinita Misericordia de Dios son perdonados.

Se hace necesario confiar en esta Misericordia de Dios, porque, por ella estamos salvados. Es el caso de esta pecadora sorprendida en adulterio a la que utilizan para poner a Jesús en un callejón sin salida. Porque, de defender a la mujer, en una civilización machista, sería enfrentado a la ley de los judíos y de condenarla dejaría su identidad de Hijo de Dios confusa y contradictoria. ¿Qué hacer?

Jesús sabe y conoce la intención de aquellos escribas y fariseos y su respuesta les desconcierta y les hace ver su propia realidad. No esperaban que Jesús saliera con esa respuesta, porque tampoco le conocen ni creen que es el Mesías enviado. Mejor, no quieren conocerle ni creer que es el Mesías porque se dan cuenta que, de creer, sus vidas tendrían que cambiar. Y, al parecer, se encuentran bien, cómodos, dirigiendo al pueblo y no quieren perder esos privilegios.

También, para nosotros, puede ser una llamada de atención. ¿Creemos en la Misericordia de Dios y en el perdón de todos nuestros pecados? ¿Creemos que Jesús nos dice, como a la adultera, yo no te condeno, vete en paz y no vuelvas a pecar? Es decir, ¿estamos dispuestos a cambiar y a esforzarnos en no pecar? Todo es cuestión de creer que con el Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo, podemos sostenernos libre de pecados y perseverar en el seguimiento del Señor. Y si caemos, enseguida levantarnos, para eso Jesús nos ha dejado el Sacramento de la reconciliación.